Desde que tengo uso de razón,me encanta perderme por cualquier reconditó
lugar llamado Vida. Siento la necesidad de perderme por ese asfalto
agrietado mientras los molinos de Don Quijote me imploran un amor como
el de su bella Dulcinea. Y es, sin saber porque, cuando me doy cuenta
que no solo me gusta el gentio de Madrid, si no su aire enamoradizo y sosegado.
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