Un día excepcional

Después de un fin de semana de aupa, donde pude observar los primeros copos de nieve en Sierra Nevada, al mismo tiempo que mi tensión parecía una montaña rusa, llegó ese Martes 12 de Octubre, como un día cualquiera sonó el despertador a la 5 de la mañana, y no fue cuando sonó por 3 vez, cuando al son de Oceana puse ánimo a ese instante. 

Me engalane y fui a la primera quedada de ese día...., tras unas cuantas risas y carcajadas, vi marcharse a esas niñas destino Santiago de Compostela, abandonandome durante 10 escasos pero eternos días. Y fue cuando las perdí de vista, cuando localicé mi pequeño pero amado bólido y sin más preámbulos y con la música  haciendo vibrar cada recoveco del bólido puse rumbo Madrid.

Tras unas miradas tímidas y furtivas, extrañándose de mi acento, llegué a los alrededores  de Madrid, no antes por supuesto de salir por la salida equivocada, pero no me importó pues recorrí Torrejón de Ardoz.

Y fue detrás de unas cuantas rotondas y una eterna espera en lugar estratégico, cuando por fin lo vi de nuevo. Su porte de caballero de la mesa redonda hacía mella en cada movimiento, su larga  pero frondosa cabellera me dejaba exhausta y maravillada, haciendo que lo confundiera con  William Wallace.

Como buen escocés, me enseñó cada recoveco de su ciudad, mientras unas lenguas viperinas y alegres hacían el resto.

Probé unos deliciosos pero picantes pimientos cuyo color verde, perdían a ese escocés, ya que su provocativo color, carecía de importancia para su visión daltónica.

Observé detenidamente un semáforo, cuyos colores rojo, amarillo y verde, ponían un aire romántico a esas tres flores que amigablemente me regaló.

Extasiada me quedé tras comprobar el sabor magnificado de esa tableta de chocolate, fundida con partículas de canela, al mismo tiempo que las pupilas se me dilataban al par de esos exquisitos  rosquillos.

Perpleja quedé al ver la recuperación de un convento, mientras unos mojitos, un whisky y un café nos acompañaba.

Me sentí observada, vigilada  incluso deseada tras la mirada inerte pero sensible de  esa cámara de fotos cuya misión no era otra que inmortalizar cada instante u momento junto a ese célebre escocés.

Pero como todo, sentí la llamada de mi amada, oscura pero inmaculada ciudad, así que después de unos abrazos sensibles y miradas cómplices puse rumbo Granada.

No antes por supuesto de llegar a la calle Alcalá, por el efímero error de confundir unas de las múltiples bifurcaciones de esa M-30 que tanto enloquece a los que no somos de allí.

Y con la  luna por compañera y miles de truenos de arco iris, me dejé ver por cada curva de Aranjuez, cada cuesta de Cuidad Real e incluso ví la película de mi vida, al ver un pequeño intruso de cuatros ruedas invadir mi carril en Despeñaperros.

Mil gracias por ser de la manera que eres, indescriptiblemente tú.